Victor Manuel Valle
En el corazón de una sociedad que se vanaglorie de ser libre, se erige un pilar clave: la libertad de expresión. Este derecho humano, reconocido por numerosos tratados internacionales, es la columna vertebral de nuestra civilidad. A través de este derecho, no solo compartimos nuestras ideas, sino que afirmamos nuestra identidad y, crucialmente, ejercemos nuestra libertad de conciencia y pensamiento.
Sin embargo, actualmente existe persecución por el mero hecho de expresar fe, creencias o ideas contrarias a determinadas ideologías. Tomemos, por ejemplo, el caso de Rodrigo Iván Cortés, ex diputado mexicano. Cortés, fue condenado por «violencia política de género» después de manifestar su opinión en contra de Salma Luévano, un senador transgénero, que -este sí- buscaba prohibir las enseñanzas cristianas y bíblicas sobre la sexualidad, calificándolas de “discurso de odio” (un atentado directo contra la libertad religiosa, de pensamiento y expresión).
Mirando más allá de nuestro continente y en un caso aún más grave porque la persecución es de índole penal (sí, penal), encontramos a la ex ministra del Interior de Finlandia, Päivi Räsänen. Ella está siendo procesada por un artículo de su congregación religiosa publicado en 2004, que desarrolla las enseñanzas de la moral cristiana sobre la sexualidad y por citar la Biblia en un tweet, profesando su fe en oposición de una marcha.
Y es que el tema no se limita a la persecución de creencias o religiones, si no al propio pensamiento y expresión de ideas políticas o culturales.
En Toronto (Canadá), país que a priori representa una ciudad libre, el colegio de psicólogos está siguiendo un proceso al influyente psicólogo Jordan Peterson, con el fin de retirarle su licencia profesional, sobre la base única de sus opiniones políticas y culturales emitidas en redes sociales. Es decir: un profesional que expresa su opinión sobre temas en los que es experto, está siendo perseguido por cumplir precisamente con su labor en sociedad.
La diversidad de ideas es una característica inherente de la sociedad contemporánea. En un mundo donde personas de diversas creencias comparten espacios comunes, la libertad de expresión desempeña un papel aún más vital. No podemos pregonar diversidad y tolerancia si restringimos la capacidad de las personas para expresar sus convicciones e ideas de manera pacífica y respetuosa.
Las persecuciones señaladas – y las que no- son un recordatorio constante de que tener y expresar determinada fe, ideas o creencias disidentes, no es un delito, sino un derecho humano fundamental que debe ser protegido y celebrado en todas las esferas de la vida pública y privada. Cualquier restricción a la libertad de expresión, por lo tanto, debe sostenerse sobre principios legítimos claros, en estándares internacionales de derechos humanos y que se realice de manera proporcionada y necesaria para proteger intereses legítimos, como la seguridad pública o de la nación.
Pensamos a través del lenguaje. Por lo tanto, controlar las palabras y expresiones de los individuos es controlar su capacidad de pensamiento e identidad más íntimos. Pregúntese: ¿Deberíamos ceder a algún poder político la autoridad de decidir en qué creer, qué se debe hablar o pensar?
Victor Manuel Valle
Dignidad y derecho