María de Lourdes Maldonado

En las últimas semanas me ha tocado ejercer el rol de padre y madre a tiempo completo. Esta experiencia, tan exigente como reveladora, me ha hecho valorar aún más la presencia de mi propio padre en mi vida y la de mi esposo en la crianza de nuestros hijos. Sin embargo, con la cercanía del Día del Padre, siento la necesidad de alzar la voz por quienes no han tenido esa figura paterna presente, y por los niños que crecen enfrentando las duras consecuencias de su ausencia.
Los casos que mencionaré no son lejanos ni aislados. Son realidades cotidianas: padres que, tras un divorcio, desaparecen de la vida de sus hijos como si el vínculo emocional se extinguiera con la firma de un juez; hombres que abandonan a sus hijos desde el embarazo, negándose a asumir una mínima responsabilidad moral o económica; padres que están físicamente, pero son emocionalmente inexistentes. En definitiva, hombres para quienes el maravilloso título de «padre» les es inmerecido.
No es coincidencia que a diario se tramiten cientos de juicios por alimentos ni que muchos hombres estén privados de su libertad por incumplimiento de deberes parentales. Tampoco sorprende la relación documentada entre la ausencia de la figura paterna y el incremento en conductas antisociales o delictivas. Estas no son estadísticas frías, sino historias de vida marcadas por el abandono.
Lo más dramático es que, en la mayoría de estos casos, son mujeres quienes terminan asumiendo en soledad la carga emocional y financiera de la crianza. Y son niños quienes crecen sin un modelo de referencia masculino estable, con todas las secuelas afectivas, psicológicas y sociales que ello implica.
Aunque moleste a ciertos sectores ideológicos, es necesario decirlo con claridad: estos niños sin padre y estas madres abandonadas son víctimas. No solo del hombre que eligió no estar, sino también de un discurso cultural y de políticas públicas que minimizan -e incluso niegan- la importancia del rol paterno. Se intenta imponer la idea de que los padres son prescindibles, que la familia puede redefinirse sin consecuencias, y que la autonomía individual de la mujer es el valor supremo, incluso por encima del bienestar infantil.
Pero los datos, la experiencia y el sentido común nos muestran otra cosa: el padre sí es necesario. No porque lo digan los grupos más conservadores, sino porque así lo reconocen múltiples estudios científicos y académicos, así se lo puede ver en la sociedad, y así lo establece también el sistema internacional de derechos humanos, que protege a la familia como núcleo fundamental de la sociedad y reconoce el derecho del niño a ser cuidado por ambos progenitores.
Celebrar el Día del Padre no es solo un gesto simbólico, sino una oportunidad para reflexionar con seriedad sobre el rol insustituible de los padres. Reivindicar su presencia no es retroceder, sino avanzar hacia una sociedad más justa, donde el compromiso con los hijos no sea opcional, y donde toda política pública tenga como eje central el bienestar integral del niño.
Feliz día a aquellos padres que aman y dan su vida por sus hijos y les enseñan con su ejemplo, lo maravilloso de la paternidad!