Victor Manuel Valle
Imagínese en un puente, viendo a alguien amenazando con saltar. ¿Qué hace? La respuesta es contundente: evitarlo. No estamos ausentes de grandes héroes (en su mayoría bomberos o policías) cuyos videos salvando a alguien de arriesgar sus vidas se viralizan. Aunque la persona quiere suicidarse, se aplaude que alguien la acompañe y no se lo permita. ¿Por qué? La respuesta es clara: la vida es un valor que protegemos en sociedad, unos para con otros. Incluso entre desconocidos, que no saben de las necesidades particulares de cada uno.
Estas semanas el debate sobre la eutanasia se ha encendido. En su mayoría, la propuesta de la eutanasia, es decir, que alguien decida acabar con su vida por su enfermedad, cuela nuestro sentimiento y nos hace ceder en una aparente caridad. Ahora, como ser racional, usted puede y debe cuestionar los sentimientos que su corazón engendra ante situaciones tan delicadas. Como lo hace un padre con su niño que reniega, como un profesor con su alumno distraído, o como el extraño que razona con quien quiere saltar del puente por sus sufrimientos (que son válidos y reales).
Lo invito a preguntarse: la prevención del suicidio es un acto de empatía y protección. Aunque una persona quiera tirarse del puente, usted sabe que esa vida tiene valor y que él/ella, realmente no quiere morir, sino que su decisión viene de problemas financieros, psicológicos o incluso de presiones de terceros. Por eso, parte del tratamiento con estas personas es ofrecer caminos alternativos a los motivos que le hacen querer suicidarse. Ahora bien, pretender la eutanasia, es afirmar que hay personas a las que les permitiremos -y ayudaremos- a saltar del puente y otras a las que no. Es discriminar, cuales son las vidas dignas, que “realmente valen” de otras que no. Vidas que merecen que les ayudemos a suicidarse, y otras a las que no.
Reflexionemos sobre nuestro deber social. ¿Podemos dormir en paz si hacemos campañas de prevención del suicidio y a su vez, le decimos a un enfermo terminal o discapacitado con depresión, que él sí, que él sí puede y debe terminar con su vida porque ya no es “digna”?
La práctica médica acompaña a un enfermo terminal ofreciéndole opciones humanas: desde evitar el encarnizamiento (prolongación artificial e innecesaria de la vida), práctica viable en el Ecuador, hasta procesos como la sedación paliativa que consiguen lo que todos queremos: evitar el sufrimiento de los enfermos terminales, cuidando de su dignidad.
¿Cree usted que el tratamiento y el alivio del sufrimiento de enfermedades catastróficas, que parecían insuperables, como la erradicación de la viruela, tratamiento del VIH/SIDA y el desarrollo de terapias innovadoras para el cáncer, por nombrar algunas, hubiesen surgido si existía la posibilidad de terminar directamente con el enfermo? La investigación médica precisamente se lleva a cabo porque el principio de que provocar la muerte directa nunca es opción.
Permitir la eutanasia disminuirá la presión social y financiera para buscar soluciones médicas a los problemas de salud terminales. La búsqueda de tratamientos innovadores y la investigación científica disminuirá al tener a la eutanasia como una vía más sencilla. Por esencia, la eutanasia va en contra de nuestro instinto de supervivencia innato, que históricamente ha impulsado a la humanidad a buscar soluciones a los desafíos de la salud.
Por ello, la misma Asociación Médica Mundial, sí, la Asociación Médica Mundial, no el Papa, ni la Biblia, reafirma su convicción de que la eutanasia está en conflicto con los principios éticos básicos de la medicina y recomienda a las asociaciones médicas nacionales abstenerse de participar de la eutanasia.
En lugar de permitir que las personas elijan abandonar el puente, nuestra tarea como sociedad es construir barandas sólidas y redes de apoyo que brinden seguridad y esperanza a aquellos que luchan en el borde. Pensemos.