La persona en Juan Pablo II y William Gairdner

Dignidad y Derecho

Gairdner tiene una visión del hombre como un ser que tiene necesidad de lo absoluto. El Relativismo, que niega que haya una Verdad primera, absoluta, o que el hombre pueda conocerla, negando también que haya un Bien mayor, quita el asiento a la universalidad y trascendencia del hombre y lo reduce a materia sin libertad y sin luces que den sentido y dirección a su vida. Además se pierden los puntos en común con los demás—y cada ser humano pasa a ser una isla, aislada y solitaria.

Al final, se cae en una angustia existencial y en el sentimiento de que no hay nada en la vida por lo que valga la pena vivir. Juan Pablo II confirma que el hombre necesita buscar un lugar común—firme y absoluto—sobre el que basar su propia vida y su relación con los demás. Además, al afirmar que hay una única Verdad, no se puede hablar más de verdades personales, o privadas, con la consecuencia de que aparece una unidad entre la vida privada y la vida pública, fundamentadas en una única realidad; y así desaparece la esquizofrénica doble vida del relativismo.

McGurn propone una visión del control demográfico que se sustenta en lo que ambos Juan Pablo II como William Gairdner definen como la falta de Verdad sobre la persona humana—sobre su naturaleza y sobre lo que le hace bien y lo que le hace mal. Gairdner habla de cómo un relativismo irracional empobrece al hombre y la aleja de su auténtica realizacíon. McGurn muestra un efecto de ese alejamiento de la Verdad, al describir como una política basada en una mentira acaba con la vitalidad y el futuro de los pueblos.

Una vuelta a la verdad del valor intrínseco del hombre, como propone el Papa polaco, podría llevar a acabar con los prejuicios poblacionales neo-mathusianos y volver a la senda de una sociedad con esperanza en el futuro.

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